Los castaños de Jérez. Hojas secas

Día de viento en los castaños.

Castaños, Jérez del Marquesado
Una ráfaga de viento arranca las hojas de los árboles para dejarlas caer sobre el suelo. 
Una tras otra van formando esa alfombra de hojas secas que al pisarlas crujen como si se  quejaran. 

Vamos Yupiiii!!!
Pulsa para ver la entrada con música.


Castaños, Jérez del Marquesado



Castaños, Jérez del Marquesado



Castaños, Jérez del Marquesado



Castaños, Jérez del Marquesado



Castaños, Jérez del Marquesado
El perro corre de un lado a otro, intentando atrapar las hojas que no paran de caer.


Castaños, Jérez del Marquesado



Castaños, Jérez del Marquesado



Castaños, Jérez del Marquesado



Castaños, Jérez del Marquesado



Castaños, Jérez del Marquesado



Castaños, Jérez del Marquesado



Castaños, Jérez del Marquesado



Castaños, Jérez del Marquesado
Las vacas y los marranos jabalíes son dos cosas que a yupi no le gustan mucho.


Castaños, Jérez del Marquesado



Castaños, Jérez del Marquesado



Castaños, Jérez del Marquesado



Castaños, Jérez del Marquesado



Castaños, Jérez del Marquesado



Castaños, Jérez del Marquesado



Castaños, Jérez del Marquesado



Castaños, Jérez del Marquesado



Castaños, Jérez del Marquesado



Castaños, Jérez del Marquesado



Castaños, Jérez del Marquesado



Castaños, Jérez del Marquesado



Castaños, Jérez del Marquesado


El sol se había puesto: las nubes, que cruzaban hechas jirones sobre mi cabeza, iban a amontonarse unas sobre otras en el horizonte lejano. El viento frío de las tardes de otoño arremolinaba las hojas secas a mis pies.
Yo estaba sentado al borde de un camino, por donde siempre vuelven menos de los que van.
No sé en qué pensaba, si en efecto pensaba entonces en alguna cosa. Mi alma temblaba a punto de lanzarse al espacio, como el pájaro tiembla y agita ligeramente las alas antes de levantar el vuelo.
Hay momentos en que, merced a una serie de abstracciones, el espíritu se sustrae a cuanto le rodea, y replegándose en sí mismo analiza y comprende todos los misteriosos fenómenos de la vida interna del hombre.
Hay otros en que se desliga de la carne, pierde su personalidad y se confunde con los elementos de la Naturaleza, se relaciona con su modo de ser y traduce su incomprensible lenguaje.
Yo me hallaba en uno de estos últimos momentos, cuando solo y en medio de la escueta llanura oí hablar cerca de mí.
Eran dos hojas secas las que hablaban, y éste, poco más o menos, su extraño diálogo:

_¿De dónde vienes, hermana?

_Vengo de rodar con el torbellino, envuelta en la nube de polvo y de las hojas secas nuestras compañeras, a lo largo de la interminable llanura. ¿Y tú?

_Yo he seguido algún tiempo la corriente del río, hasta que el vendaval me arrancó de entre el légamo y los juncos de la orilla.

_¿Y adónde vas?

_No lo sé: ¿lo sabe acaso el viento que me empuja?

_¡Ay! ¿Quién diría que habíamos de acabar amarillas y secas arrastrándonos por la tierra, nosotras que vivimos vestidas de color y de luz meciéndonos en el aire?

_¿Te acuerdas de los hermosos días en que brotamos; de aquella apacible mañana en que, roto el hinchado botón que nos servía de cuna, nos desplegamos al templado beso del sol como un abanico de esmeraldas?

_¡Oh! ¡Qué dulce era sentirse balanceada por la brisa a aquella altura, bebiendo por todos los poros el aire y la luz!

_¡Oh! ¡Qué hermoso era ver correr el agua del río que lamía las retorcidas raíces del añoso tronco que nos sustentaba, aquel agua limpia y transparente que copiaba como un espejo el azul del cielo, de modo que creíamos vivir suspendidas entre dos abismos azules!

_¡Con qué placer nos asomábamos por cima de las verdes frondas para vernos retratadas en la temblorosa corriente!

_¡Cómo cantábamos juntas imitando el rumor de la brisa y siguiendo el ritmo de las ondas!

_Los insectos brillantes revoloteaban desplegando sus alas de gasa a nuestro alrededor.

_Y las mariposas blancas y las libélulas azules, que giran por el aire en extraños círculos, se paraban un momento en nuestros dentellados bordes a contarse los secretos de ese misterioso amor que dura un instante y les consume la vida.

_Cada cual de nosotras era una nota en el concierto de los bosques.
-Cada cual de nosotras era un tono en la armonía de su color.

_En las noches de luna, cuando su plateada luz resbalaba sobre la cima de los montes, ¿te acuerdas cómo charlábamos en voz baja entre las diáfanas sombras?

_Y referíamos con un blando susurro las historias de los silfos que se columpian en los hilos de oro que cuelgan las arañas entre los árboles.

_Hasta que suspendíamos nuestra monótona charla para oír embebecidas las quejas del ruiseñor, que había escogido nuestro tronco por escabel.

_Y eran tan tristes y tan suaves sus lamentos que, aunque llenas de gozo al oírle, nos amanecía llorando.

_¡Oh! ¡Qué dulces eran aquellas lágrimas que nos prestaba el rocío de la noche y que resplandecían con todos los colores del iris a la primera luz de la aurora!

_Después vino la alegre banda de jilgueros a llenar de vida y de ruidos el bosque con la alborozada y confusa algarabía de sus cantos.

_Y una enamorada pareja colgó junto a nosotras su redondo nido de aristas y de plumas.

_Nosotras servíamos de abrigo a los pequeñuelos contra las molestas gotas de la lluvia en las tempestades de verano.

_Nosotras les servíamos de dosel y los defendíamos de los importunos rayos del sol.

_Nuestra vida pasaba como un sueño de oro, del que no sospechábamos que se podría despertar.

_Una hermosa tarde en que todo parecía sonreír a nuestro alrededor, en que el sol poniente encendía el ocaso y arrebolaba las nubes, y de la tierra ligeramente húmeda se levantaban efluvios de vida y perfumes de flores, dos amantes se detuvieron a la orilla del agua y al pie del tronco que nos sostenía.

_¡Nunca se borrará ese recuerdo de mi memoria. Ella era joven, casi una niña, hermosa y pálida. Él le decía con ternura: 

_¿Por qué lloras? 

_Perdona este involuntario sentimiento de egoísmo 

_le respondió ella enjugándose una lágrima

_lloro por mí. Lloro la vida que me huye: cuando el cielo se corona de rayos de luz, y la tierra se viste de verdura y de flores, y el viento trae perfumes y cantos de pájaros y armonías distantes, y se ama y se siente una amada, ¡la vida es buena! 

_¿Y por qué no has de vivir? -insistió él estrechándole las manos conmovido. 

_Porque es imposible. Cuando caigan secas esas hojas que murmuran armoniosas sobre nuestras cabezas, yo moriré también, y el viento llevará algún día su polvo y el mío ¿quién sabe adónde?

_Yo lo oí y tú lo oíste, y nos estremecimos y callamos. ¡Debíamos secarnos! ¡Debíamos morir y girar arrastradas por los remolinos del viento! Mudas y llenas de terror permanecíamos aun cuando llegó la noche. ¡Oh! ¡Qué noche tan horrible!

_Por la primera vez faltó a su cita el enamorado ruiseñor que la encantaba con sus quejas.

_A poco volaron los pájaros, y con ellos sus pequeñuelos ya vestidos de plumas; y quedó el nido solo, columpiándose lentamente y triste como la cuna vacía de un niño muerto
Y huyeron las mariposas blancas y las libélulas azules, dejando su lugar a los insectos oscuros que venían a roer nuestras fibras y a depositar en nuestro seno sus asquerosas larvas.

_¡Oh! ¡Y cómo nos estremecíamos encogidas al helado contacto de las escarchas de la noche!

_Perdimos el color y la frescura.

_Perdimos la suavidad y la forma, y lo que antes al tocarnos era como rumor de besos, como murmullo de palabras de enamorados, luego se convirtió en áspero ruido, seco, desagradable y triste.

_¡Y al fin volamos desprendidas!

_Hollada bajo el pie del indiferente pasajero, sin cesar arrastrada de un punto a otro entre el polvo y el fango, me he juzgado dichosa cuando podía reposar un instante en el profundo surco de un camino.

_Yo he dado vueltas sin cesar, arrastrada por la turbia corriente, y en mi larga peregrinación vi, solo, enlutado y sombrío, contemplando con una mirada distraída las aguas que pasaban y las hojas secas que marcaban su movimiento, a uno de los dos amantes cuyas palabras nos hicieron presentir la muerte.

_¡Ella también se desprendió de la vida y acaso dormirá en una fosa reciente, sobre la que yo me detuve un momento!

_¡Ay! Ella duerme y reposa al fin; pero nosotras, ¿cuándo acabaremos este largo viaje?...

_¡Nunca!... Ya el viento que nos dejó reposar un punto vuelve a soplar, y ya me siento estremecida para levantarme de la tierra y seguir con él. ¡Adiós, hermana!

_¡Adiós!...
Silbó el aire, que había permanecido un momento callado, y las hojas se levantaron en confuso remolino, perdiéndose a lo lejos entre las tinieblas de la noche.
Y yo pensé entonces algo que no puedo recordar, y que, aunque lo recordase, no encontraría palabras para decirlo.
Gustavo Adolfo Béquer (Hojas secas)

2 comentarios: